Las cuarentenas pendientes

Cuando salimos de vacaciones o dejamos algunos días para el descanso, recuperamos la salud física, mental y espiritual ante la agitada vida cotidiana. La rutina nos marca de múltiples maneras y no necesariamente produce los mejores frutos. Cambiar el ritmo y mirar la realidad de otra forma, es parte de un viaje en el que todos debemos participar de la mejor manera posible.

Estos meses en los que la pandemia nos ha obligado a transitar de una manera distinta en nuestra cotidianeidad, debe ser un parteaguas en nuestra existencia, tanto en lo profesional como en lo personal. Pensar cómo recuperar el rumbo o incluso cómo darle cause a nuestras prácticas cotidianas pareciera la demanda ante un mundo en crisis.

Si bien este virus afecta a la salud de muchas personas y ha causado incontables muertes (porque no todas se han registrado), debe también servir como catalizador para redefinir nuestras conductas. Esto es: cuidar la vida de nuestra Casa Común y tomar como eje rector de nuestras actividades a la dignidad de la persona humana.

Eso pareciera ser lo óptimo, el fruto esperado para entrar a esta llamada “nueva normalidad”. Sin embargo, como a bien advirtió Arturo Pérez Reverte, pareciera que “no hemos visto demasiados muertos” y las prácticas que han causado otras pandemias no han sido modificadas.

Los procesos industriales que comprometen la subsistencia del planeta, además de las políticas laborales internas de muchas instancias, no fueron modificadas para bien. Por el contrario, varios vicios se han consolidado y el temido Estado de excepción enrareció aún más las condiciones laborales.

Los horarios extendidos de quienes tienen trabajo, así como la irrupción en las dinámicas familiares, han generado situaciones que en nada responden a una verdadera conciencia social. Los derechos de los trabajadores se han subordinado a una inexistente planeación estratégica por un temor a perder el empleo, por lo que las horas dedicadas a la realización de tareas que aportan poco a una consolidación de mejores procesos, usurpan las posibilidades de una verdadera convivencia familiar.

Los trabajadores se han visto obligados a poner sus domicilios y sus equipos al servicio de las empresas, cuando no hay políticas de un verdadero trabajo a distancia o de una flexibilidad que permita la comprensión de las historias particulares y las condiciones de los colaboradores de las empresas.

Desde luego, los trabajadores eventuales y los pequeños empresarios han tenido que modificar su economía de posible crecimiento a una economía de subsistencia. Esto se suma a la falta de verdaderas políticas públicas que sean validadas por el gobierno. Este virus ha puesto en manifiesto situaciones de precariedad y de desigualdad que conocíamos de hace tiempo y que son otras pandemias que merecerían profundas reflexiones y acciones contundentes.

Es indispensable repensar el modelo económico actual para dar verdaderas oportunidades de sostenibilidad a las personas y al planeta en sí. Ya no se trata de una mirada hacia los Objetivos que se deberían cumplirse para el 2030. Las acciones de cambio de modelo requieren ser implementadas de inmediato.

Porque, además, el retorno a una normalidad que ha generado las injusticias que hoy saltan a la luz, debe ser modificada desde la raíz. Se requiere la sanitización de un sistema enfermo, purificando de fondo la corrupción, la negligencia, la soberbia y la avaricia de quienes siempre han sido los ganadores.

Solo así evitaremos otras cuarentenas y saldremos a una realidad más digna y habitable para todos en la que las deudas sociales sean saldadas para que nadie se quede atrás.

Dr. José Antonio Forzán Gómez, Académico de la Facultad de Responsabilidad Social de la Universidad Anáhuac México | jaforzan@anahuac.mx

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