Cuando dejamos la escuela y entramos al sistema laboral, olvidamos muchas de las actividades que nos llenan de gozo y nos permiten darle un descanso adecuado tanto a la mente como al cuerpo; tenemos el mal entendido que al llegar a determinada edad, es necesario que el comportamiento cambie, nos hacemos más serios, no planeamos tantas actividades placenteras, olvidamos jugar y lo cambiamos por una rutina monótona que nos convierte en personas aburridas y sosas.
Lamentablemente la sociedad nos inculca estos pensamientos, nos piden que nos comportemos de manera madura, entendiéndose esto, como dedicarnos al 100% al trabajo, cumpliendo un horario y sobre todo dejando de lado varias cosas que desde el juicio ajeno parecieran perjudiciales.
Cuando trabajamos de manera extenuante, nuestra salud tanto física como emocional se va deteriorando, olvidamos reír y relajarnos, vamos mermando todo aquello que nos hace feliz y nos dedicamos a esperar con ahínco, los días de descanso, feriados o vacaciones.
Necesitamos darnos a la tarea de consentir y cuidar a nuestro niño interior, y para esto se requiere que los “adultos” nos demos el permiso de consentirnos y llevarnos a lugares o actividades que nos resulten placenteras, nos den confort y sobre todo que permitan una relajación interior y (no necesariamente es esperar el juevebes o el viernes social para irse a sentar con los cuates a tomar unas chelas). Tampoco nos estamos refiriendo a ir al Gym, ya que esa es una más de las actividades que la sociedad de un modo u otro nos ha impuesto para estar saludables y “bellos”.
Cuando somos niños, reímos por cualquier bobada, socializamos sin ningún problema, invitando a quien sea a jugar con nosotros; no juzgamos, ni evaluamos si será conveniente que determinado niño (a) juegue o no con nosotros; hablamos de cualquier tema, sin profundizar ni clavarnos en la textura; somos libres en todos los sentidos; no existe el tiempo, ni los pendientes, ni la despensa, ni otras cosas más que, constantemente nos abruman en lo cotidiano.
No es relevante ni el prestigio, ni la fama, ni el poder; sólo buscamos convertirnos en brujas, vampiros, detectives, policías o nuestro héroe preferido. La creatividad se da al máximo ya que estamos inventando constantemente a qué jugar y cualquier material es beneficioso para convertirse en cueva, espada, o cualquier otra cosa.
La gran pregunta es ¿Qué nos pasó que dejamos de ser esas bellas personas? La respuesta es muy sencilla: Nos tomamos todo a personal, todo es importante, significativo, relevante, determinante, y así podemos seguir con una larga lista de descripciones de la vida adulta.
El niño interior se entiende como: “el conjunto de todas nuestras potencialidades en estado puro, que nos habrían de permitir atraer la realización en las distintas áreas de la vida”.
Es necesario reorganizar el proyecto de vida, visualizar los objetivos y pensar con claridad hacia dónde me estoy dirigiendo, si lo más importante es “Tener o Ser”. Al final del camino, cuando la muerte está cerca, las personas narran sus aventuras, sus anécdotas divertidas, y sobre todo se percatan que dejaron pasar muchas oportunidades para gozar más; que olvidaron lo importante en la vida… ¡Ser Felices!.
Por Mónica Morales Rodríguez
Directora del centro de desarrollo humano Casa Shambhala
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