Se habla sobre los Derechos Humanos y los Derechos Laborales. Se habla sobre el balance familia-trabajo. Se habla sobre las prácticas sostenibles y el compromiso con el medio ambiente. Se habla mucho y bien. Pero al revisar el mundo, al enfrentarnos a la realidad, nos damos cuenta de que aún falta verdaderamente mucho por hacer.
Pareciera que la pieza faltante entre la normatividad de la responsabilidad social y la transformación de la realidad está implícita en la palabra congruencia: hacer lo que se dice o, por lo menos, sólo hablar de lo que se hace. Las enunciaciones respecto a los Objetivos de Desarrollo Sostenible permiten los enfoques a mejores territorios, pero no basta con sólo decirlos. Es cierto que las palabras crean mundos (cualquier entusiasta de la literatura fantástica y de la semiótica puede dar cuenta de ello), pero ante las emergencias que vive el planeta, es preponderante dar el paso hacia la construcción de alternativas fácticas.
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Quien impulse el desarrollo social integral, debe involucrarse efectivamente en una cultura del encuentro, en una entrega guiada por los valores humanos para conseguir que toda utopía sea posible. Hablar, sí, para transmitir los significados, pero encontrar la forma en que la letra se vuelva carne viva, se traduzca en el ADN de la organización y sus integrantes y con ello lograr el desarrollo de todos los miembros de la sociedad en general.
El premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, señaló el secreto de la congruencia en uno de sus poemas: decir-hacer. Las prácticas socialmente responsables deben ser materia viva de la aportación de la empresa al entorno como un reconocimiento de su deuda social, no sólo un conjunto de evidencias a entregar junto con un reporte adecuadamente diseñado.
La mirada crítica a nuestras acciones debe partir del compromiso que hemos adquirido con las generaciones futuras. No comprometer el porvenir, sino promover el bien común. Al ver las noticias, nos percatamos de la catástrofe antropológica (como alguna vez lo señaló Javier Sicilia) que se traduce en los ejes sociales, económicos y ambientales con terribles expectativas.
Sin embargo, el impuso de las iniciativas, sean empresariales, de la sociedad civil o gubernamentales, que estén acompañadas con una mirada hacia el ideal de la unidad (como diría Alfonso López Quintás), permitirían una colaboración no de competencia, sino de fortalecimiento de esta red que formamos en, con, para y desde nuestra Casa Común.
Pareciera que esta invitación a la ética se ha escuchado muchas veces. Pero entonces habría que dejar que este texto se traduzca en una corriente vital que impulse a las mejores acciones, a un compromiso absoluto con la mirada al infinito que trasciende escuchando las voces de las periferias.
Y eso es lo interesante de estos casos: sea una acción empresarial en pequeña o mediana empresa o bien una verdadera reforma constitucional por el bien común, todo suma cuando se considera “no dejar a nadie atrás”.
La necesaria congruencia es en sí un imperativo categórico entre el decir y el hacer, entre la palabra y la acción, entre lo ya enunciado y el futuro que se construye en las pequeñas acciones. La necesaria congruencia es en sí la vía para transformar al mundo.
Dr. José Antonio Forzán Gómez, Académico de la Facultad de Responsabilidad Social de la Universidad Anáhuac México
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