Cada año al final del mismo, tendemos a ponernos nostálgicos y sumamente amorosos; es tiempo de regocijo en donde compartimos momentos relajados en familia.
Se tiende en estos tiempos en pensar en los propósitos para el año entrante, son objetivos, (que si bien es cierto, rara vez se cumplen), sirven como diseño para plantear metas a corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, perdemos de vista planteamos a nosotros mismos como propósitos: ¿qué tipo de persona quiero ser para el siguiente año?
Si enfocamos estos propósitos en nosotros mismos, en el ser más que en el hacer, podemos planear y generar estrategias que nos permitan convertirnos en una nueva y mejor persona en el año que inicia. Consiste en echarnos un clavado en valorar aquellos aciertos para seguir en ese camino y tomar conciencia de las fallas, los desaciertos, las actitudes y conductas nocivas, que pueden ser perjudiciales para crecer de manera adecuada.
Cuando la persona no tiene metas, no tiene sueños, se siente cumpliendo con una enorme carga, que lo abruma, generando en su vida desazón. La falta de planeación en el futuro, promueve el aburrimiento, las quejas constantes y sobre todo la falta de interés y participación activa en la propia vida.
Tal vez se tiene la sensación de que muchas cosas no se pueden cambiar, por ejemplo: el horario de trabajo, lo rutinario del mismo; pero, si se tiene la capacidad de cambiar la visión que se tiene del mismo, se puede analizar con calma cuáles están siendo las actitudes que obstruyen el disfrute, cuáles son los pensamientos aniquiladores que se presentan en diversas situaciones.
Es necesario hacer preguntas, que lleven a la reflexión, a la toma de conciencia y teniendo esa información clara, tener la capacidad de generar nuevas opciones dando pie a la creatividad.
Si dirigimos el interés en mejorarnos cada día, en observar con calma y con conciencia las cosas que es necesario cambiar, nos sentiremos motivados para despertar por las mañanas y esforzarnos en ese camino.
Cada año se puede empezar con ahínco y empeño, en la medida que se tienen claros los sueños a cumplir, plantearnos objetivos realistas y sobre todo intentar ser cada vez una mejor persona.
Por Mónica Morales Rodríguez. Es directora del centro de desarrollo humano Casa Shambhala
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