En el mundo moderno, una gigantesca industria de la felicidad y el pensamiento positivo, valuada en cerca de $11,000 millones de dólares anuales, ha alimentado la creencia de que la felicidad es un objetivo realizable. Esta idea, profundamente arraigada en la cultura estadounidense, se ha exportado al mundo como un ideal. Pero, ¿realmente es posible alcanzar un estado de felicidad constante?
Un concepto cultural
La “búsqueda de la felicidad” es uno de los derechos inalienables que los estadounidenses celebran desde la fundación de su nación. Este ideal, sin embargo, ha contribuido a generar expectativas irreales que chocan con la naturaleza misma de la vida. Incluso cuando nuestras necesidades materiales y biológicas están cubiertas, la felicidad como un estado sostenido sigue siendo una meta escurridiza, un sueño que parece más utópico que alcanzable.
El califa Abderramán III, uno de los hombres más poderosos de su época, reconoció esta paradoja en el siglo X. Al final de su vida, tras un reinado lleno de logros culturales, militares y placeres terrenales, calculó que solo había experimentado 14 días de verdadera felicidad. Su reflexión resuena con la idea de que la felicidad, como decía el poeta Vinicius de Moraes, es como “una pluma llevada por el viento”, pasajera y frágil.
La felicidad: ¿una construcción humana?
Los estudios neurológicos refuerzan la idea de que la felicidad sostenida no tiene una base biológica. Mientras que nuestro cerebro está diseñado para garantizar la supervivencia y la reproducción, no está programado para mantenernos en un estado constante de satisfacción. La evolución ha priorizado el desarrollo de funciones cognitivas complejas, como el análisis y la resolución de problemas, sobre la capacidad de experimentar felicidad duradera.
En este contexto, las emociones negativas, como la tristeza o incluso la depresión, han jugado un rol adaptativo. Aunque parecen antitéticas al bienestar, estas emociones han ayudado a los humanos a evitar riesgos innecesarios y enfrentar adversidades con mayor cautela.
La moralidad y la comercialización de la felicidad
La búsqueda de la felicidad también ha sido influenciada por códigos morales y religiosos, que a menudo asocian la infelicidad con una falla personal. Esta narrativa ha sido capitalizada por la industria de la felicidad, que promete remedios rápidos y estrategias de bienestar. Sin embargo, como apuntó el dramaturgo George Bernard Shaw, la felicidad no puede ser consumida sin esfuerzo, lo que subraya su carácter esquivo y abstracto.
Incluso en escenarios ficticios, como la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley, donde la felicidad es inducida químicamente, se plantea que el ser humano libre inevitablemente enfrentará emociones complejas y tormentosas. La felicidad artificial es tan inalcanzable como la sostenida.
La belleza de la imperfección humana
Aceptar que la felicidad perpetua no es una meta realista puede ser liberador. Entender que nuestras emociones son mixtas, desordenadas y en constante cambio nos conecta con nuestra humanidad. No somos defectuosos por sentirnos insatisfechos o por experimentar dolor; estas emociones son parte de nuestro diseño y nuestra historia evolutiva.
Lejos de ser un fracaso, la infelicidad ocasional es un recordatorio de nuestra capacidad para adaptarnos, crecer y buscar significados más profundos en nuestras vidas. Después de todo, es precisamente esa fluctuación emocional lo que nos hace humanos.
Reflexión final
Quizás, en lugar de perseguir la felicidad como un fin último, debamos enfocarnos en vivir plenamente, aceptando la complejidad de nuestras emociones y encontrando satisfacción en los momentos simples y fugaces. Tal vez, como bien concluyó Abderramán III, esos pocos días de auténtica felicidad sean suficientes para darle sentido a una vida entera.
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