Si conseguir nuestros objetivos fuera fácil, la historia de la humanidad sería la narración de un cúmulo de éxitos, pero resulta que no es así, y que el camino hacia cualquier meta significativa está sembrado de obstáculos. Por eso para alcanzar un logro es necesario sacudirse de encima esa ley de la física presente en la naturaleza y en la vida -la entropía- que explica nuestra tendencia natural hacia el desorden y el caos. La única fórmula conocida hasta el momento para eso se llama motivación, aunque los elementos que la integran adquieren distinto valor en función de quién los utilice.
Queremos decir que para cualquier empresa humana que se precie, la motivación, es decir, la necesidad, el impulso, la actitud, el interés, la voluntad, lo que moviliza en una palabra a quien la inicia, es prioritario para arribar a buen puerto. Es ella la que nos hace dar ese primer paso para iniciar el camino (dejar de fumar, equilibrar nuestro peso, aprender inglés, ahorrar dinero para las vacaciones, hacer ejercicio regularmente, acabar una carrera…), mientras que el hábito es lo que nos hace seguir adelante.
Como dice el refrán, de buenas intenciones están las sepulturas llenas, porque la intención no basta, y porque, fundamentalmente, nunca nos dijeron desde pequeñitos ‘tú si puedes’, ni pusieron en nuestras manos las herramientas psicológicas necesarias para superar las trabas propias de todo empeño; herramientas múltiples, por otro lado, porque ni todos somos iguales, ni existen fórmulas universales aplicables a todos las personas.
Somos lo que pensamos
Lo que sí aplica sin embargo a todo ser humano es ese principio que dice ‘tanto si piensas que puedes como si piensas que no, llevas razón’ o, lo que es lo mismo, ‘somos lo que pensamos’, como sostiene la física cuántica, y explica de forma elocuente el bioquímico Joe Dispenza, una autoridad en el estudio de la mente humana y las funciones del cerebro, reconocida internacionalmente.
En su última conferencia en Barcelona para hablar de cómo la mente puede hacerle frente a la enfermedad, Dispenza ponía sobre el tapete la afirmación de la psicología de que ‘el 75% de nuestros pensamientos son negativos’ y que ‘cuando empezamos a sentir como pensamos y a pensar como sentimos producimos sustancias químicas que crean el nuevo estado del ser’. Su tesis, amparada en su propia experiencia y en la de cientos de personas, es que los pensamientos positivos curan y los negativos destruyen, por lo que nuestros pensamientos, nuestra salud y la realidad están conectados. De ahí que debamos reeducar nuestro cerebro para que no destruya nuestro cuerpo.
Por todo ello, si queremos cambiar nuestros hábitos y emprender una vida más saludable de la que llevamos, la motivación es absolutamente necesaria, y su semilla original no es otra que un pensamiento positivo, un deseo intenso, un sueño, una visión, una convicción de que aquello se va a hacer realidad; y contar también con el hecho de que siempre hay una resistencia al cambio porque forma parte de la naturaleza humana, y que los obstáculos van a aparecer, aunque nosotros estaremos esperándoles con la estrategia debajo del brazo, porque la palabra rendirse ha dejado de formar parte de nuestro vocabulario habitual.
Hay que saber que cada hábito tiene un desencadenante: el primer pitillo de la mañana, por ejemplo, suele venir detrás del café; cambiemos el desencadenante, por ejemplo, y reforcemos el pensamiento creando imágenes positivas que fortalecen la voluntad –como sugiere Dispenza- actuando como si el deseo se hubiera realizado ya, que es lo que hacen algunos deportistas de elite en sus entrenamientos, visualizándose interiormente como si hubieran realizado ya un nuevo record.
Pero como decíamos al principio cada uno ha de buscar su truco particular para persistir en el empeño, ya sea escribiendo las metas en un papel y estableciendo fechas, ya sea buscando el apoyo de literatura pertinente, o de personas de nuestro entorno dispuestas a colaborar, ya manifestando públicamente nuestro objetivo en nuestro entorno familiar o laboral. Cualquier cosa menos rendirse, y si caemos, volverlo a intentar. Quien resiste, gana.
Ya sabemos que la tendencia al desorden y al caos – la entropía- forma parte de la vida, como sabemos también que la lucha del orden contra la entropía es el motor que lo mueve todo. Rindámonos a esa evidencia y recordemos esa bella reflexión de Antoine de Saint Exupery en El Principito: “Si quieres construir un barco, no empieces a buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sino que primero has de evocar en los hombres el anhelo de mar libre y ancho”.
Salusline