Las startups como modelo de emprendimiento son un fenómeno que da muestras de éxito alrededor del mundo. Pero para que esta oportunidad rinda su máximo potencial en América Latina, es necesaria una transformación en la que la región incorpore una cultura emprendedora.
Algo está cambiando en el modelo de negocios a nivel mundial, y para comprenderlo, debemos comenzar por entender qué es hoy una startup. Se trata de un emprendimiento que surge como oportunidad, no como necesidad.
Este modelo apuesta a ofrecer una solución o servicio que, al menos en la región, no existe. Tradicionalmente, el capital inicial o capital semilla de un emprendimiento no es provisto por la banca, sino por capitalistas de riesgo. Pero, actualmente, es cada vez mayor el acompañamiento financiero formal desde los inicios del proyecto. Hoy sabemos que lo fundamental no es solo el tema de financiamiento sino de la “inteligencia” que puede venir vinculado a dichos recursos.
En términos generales, el capital inicial de los emprendimientos suele haber estado ligado a lo que se llama friends, family and fools, es decir, que un familiar, un amigo o, como indica el último de los términos, “un loco” sea quien arriesga su dinero. En otros casos los emprendedores se endeudaban sacando un crédito de consumo como particulares. La clave del nuevo modelo está en encontrar un financiamiento colaborativo e inteligente, donde muchas veces se requiere apoyo desde las políticas públicas.
Las claves de un proyecto exitoso
A nivel individual, para que triunfe un determinado emprendimiento, la primera clave es identificar el modelo de negocios que sustenta la idea detras del emprendimiento. Las etapas tempranas de los start ups se tratan de un “descubrimiento” de la forma en que se van a generando las rentas o se va a crear el valor.
Una vez determinado el mercado, en seguida se hace necesario evaluar entre miles de ideas para desarrollar aquella que tiene mayores posibilidades. Lo que la experiencia demuestra es que el éxito de la evaluación de las ideas suele ser mayor cuando es realizado por emprendedores. Esto tiene que ver con que un proyecto cambia mucho desde que comienza hasta que sale al mercado. Muchas veces lo importante no es evaluar el producto o idea en sí, sino al equipo. Y son los pares que ya han pasado por un proceso similar los que mejor pueden diagnosticar a potenciales equipos de trabajo.
En este sentido, lo conveniente en regiones en crecimiento como América Latina es enfocarse, probablemente, en aquellos emprendimientos que están destinados a dar soluciones a aquellos de recursos más bajos, a la base de la pirámide: lo que se conoce como Startup social. Estas empresas tienen una gran aceptación en la región y han tenido grandes resultados. Muchos de los emprendimientos con estas características han sido intermediados por incubadores especialmente porientados a esta área como es el caso de Socialab que tiene oficinas en Argentina, Chile, Colombia y Uruguay.
Otra clave de los emprendimientos exitosos es la participación del evaluador en los riesgos y en el retorno. Un ejemplo extremo es el del caso Israelí: las startups importantes, de capital intensivo, inversiones de 500 mil dólares, en las que participa el sector público, se realizan con un modelo en el que 350 dólares son públicos y 150 de la incubadora o quién financia en la etapa temprana. De este modo, quien hace la selección tiene incentivo para hacer una buena selección, porque su bolsillo está afectado.
Hacia un ecosistema emprendedor para América Latina
El foco de una política pública orientada al modelo startup debe enfocarse no en financiar proyectos individuales, sino especialmente en generar un espacio, un ecosistema de innovación y emprendimiento, en el que se encuentren las ideas, los inversores, los técnicos, y el mercado. A nivel mundial, Sillicon Valley fue eso: un espacio geográfico de encuentro. A nivel regional el ejemplo más avanzado es el chileno, con el proyecto Startup Chile.
Un dato alentador para el mercado latinoamericano es que por una parte el sector público ha apostado a estos emprendimientos, y por otro, se han desarrollado modelos más colaborativos y de repartición de la inversión, de los riesgos y de las ganancias.
Uno de los problemas que enfrenta la región tiene que ver con el flujo de ideas. De mil ideas se analizan cien; se financian diez y va bien en dos. Por eso, quizás la región no está aún lista para que, en cada país, se presenten mil ideas para cada industria. Esto puede resolverse con el apoyo recíproco entre países de la región.
Desde el Banco Interamericano del Desarrollo promovemos esta cooperación, por ejemplo con la Alianza del Pacífico, que reúne a Chile, Perú, Colombia y México. La idea es que cada país pueda especializarse —Chile en industria minera, México en biotecnología, Colombia en industria creativa— y que el costo de transacción entre los países sea cero. Que se apoye la creación de puntos de encuentro geográficos, que se financie la movilidad. Esto ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos, con Sillicon Valley o el camino de Boston; pero, al ser un solo país, con las mismas reglas, no se nota, no hay costos.
Cuatro desafíos para la región
La región tiene un gran potencial para este modelo, sin embargo, debe enfrentar cuatro desafíos clave. Por un lado, hay una falta de cultura de la inversión. En muchos casos se trata del peligro de una zona de confort, en la cual arriesgarse no es contemplado como una opción, y esto bloquea el crecimiento. En la evaluación de la política pública chilena, se ve que cuando llegan ideas y talentos extranjeros, los chilenos aprenden mucho. Se trata de un cambio cultural.
Otra dimensión, muy ligada a la anterior, es la de las competencias técnicas. Algunas industrias, como las que tienen que ver con las TIC, o las biotecnologías, pueden tener un gran potencial en la región pero las competencias técnicas que requieren aún son escasas en nuestras sociedades y debemos generarlas.
El tercer obstáculo es la dificultad de sobrevivir y expandirse. Una característica de nuestras sociedades es que vivimos en una cultura más bien rentista. El espacio está limitado. Hay “falta de competencia”, esto quiere decir, desde un punto de vista más economista, que las barreras de entrada a nuevas ideas son extremadamente altas. Por último, la cultura startup es una cultura del éxito basado en los fracasos. Y en nuestra cultura el fracaso es mal visto, no se ve como mecanismo de aprendizaje sino como mala utilización de recursos.
Todos estos desafíos están ligados, y probablemente el más importante sea el cultural. Se trata de un proceso de cambio. Debemos pensar a futuro, y pensar, por ejemplo, que los programas incluso pueden influir en los procesos de aprendizaje, para que ser emprendedor sea un valor codiciado; como en nuestra generación fueron otros, como ser un empleado asalariado, prolijo, eficiente. El mundo ya nos ha iluminado con las claves para que este modelo sea exitoso, ahora debemos complementar este aprendizaje con lo propio de nuestra región, para aprovechar estas oportunidades.
José Miguel Benavente, Jefe de la División de Competitividad e Innovación Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
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