Datos de la industria señalan que tan sólo en México, alrededor de 92 millones de personas utilizan internet, lo que lo convierte en el segundo país latinoamericano con la mayor cantidad de internautas, después de Brasil.
Al tener un contacto directo y diario con la tecnología y sus innovaciones, es habitual escuchar términos como “web 2.0” y “web 3.0”. Sin embargo, estos conceptos siguen siendo escurridizos para la mayoría de los internautas, o más bien netizens.
Empecemos por lo básico, lo que en su día se llamó web 1.0 tuvo su apogeo entre finales de los 80 y 2005. También llamada “web estática”, la web 1.0 es el internet de sólo lectura, es decir, puramente de consulta sin que los usuarios puedan crear contenidos. En esencia, la web 1.0 era académica, y su principal objetivo era romper fronteras en el acceso a la información y democratizar el conocimiento.
Diferencias entre web 2.0 y web 3.0
El gran cambio de paradigma que supuso la web 2.0, fue que los usuarios pudieron aportar algo a la web. Fue la primera vez que ellos tuvieron una gestión, aunque limitada. Esto hizo posible que los internautas colaboraran durante mucho tiempo en torno a diseños mucho más dinámicos que los de la web 1.0. Un buen ejemplo de web 2.0 es Wikipedia, donde innumerables usuarios dedican su tiempo personal a crear un vasto archivo del conocimiento humano.
Sin embargo, uno de los elementos más destacados por los expertos, es que las plataformas de la web 2.0 están controladas en su mayoría por grandes empresas a las que los usuarios ceden sus datos a cambio de servicios. Por ejemplo, hay que instalar aplicaciones que ofrecen servicios muy concretos “gratis”, pero que recogen datos para pagar esos servicios. En resumen, en la web 2.0 los internautas forman parte del ecosistema online, pero sólo las plataformas centralizadas que permiten esta participación se benefician de los datos que los usuarios crean con su actividad. Las personas no obtienen nada a cambio.
En respuesta a esta realidad, en los últimos años ha crecido la penetración de la web 3.0. Su principal característica es que en lugar de que los datos de los usuarios estén centrados en un único punto, éstos se distribuyen de forma equitativa y segura en diferentes destinos, y toda esta información se registra de forma transparente en la “blockchain“.
Como código criptográfico abierto y descentralizado, el blockchain garantiza la inviolabilidad de nuestros datos, así como la seguridad de la información. Además, también significa que los usuarios pueden ser propietarios de sus datos. En este nuevo paradigma, los internautas pueden ir más allá del acceso y la introducción de información, y llegar a ser propietarios de sus datos. En términos sencillos, pueden captar el valor creado por el tiempo y la atención que gastan en línea.
Esta capacidad de reclamar la propiedad sobre sus datos, es especialmente importante en una época en la que las empresas tecnológicas competidoras alimentan con información de los usuarios sus algoritmos de aprendizaje automático, hambrientos de datos para entrenar sus modelos de inteligencia artificial (IA) y ganar miles de millones de dólares. Con la web 3.0, los usuarios podrán recibir una parte de este valor que ayudan a crear.
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