Romper el ciclo de la moda barata: una responsabilidad ética para las empresas

La ropa que hoy compramos con un clic, a precios sorprendentemente bajos y entregas en tiempo récord, esconde una realidad incómoda: un modelo de negocio global que, en muchos casos, se sostiene sobre la explotación laboral, el trabajo infantil y el deterioro ambiental. Esta es la cara oculta de la llamada moda rápida, con marcas como Shein como uno de los ejemplos más paradigmáticos.

El 12 de junio, Día Internacional contra la Explotación Infantil, es una fecha clave para reflexionar no solo como consumidores, sino especialmente como empresarios, sobre el impacto que nuestras decisiones de producción, distribución y consumo generan en la economía global y en la vida de millones de personas.

La esclavitud moderna, una herida abierta

De acuerdo con Iu Tusell, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), la esclavitud moderna —aquella que priva a una persona de su libertad por motivos económicos— está tristemente integrada en ciertos modelos de negocio, sobre todo en industrias con cadenas de suministro largas y deslocalizadas, como la textil.

En muchos casos, una sola prenda puede haber pasado por las manos de trabajadores de hasta diez empresas distintas en más de cinco países. Esta complejidad, sumada a la subcontratación masiva y la falta de regulación internacional, dificulta la trazabilidad y el control, permitiendo que condiciones laborales injustas —y en algunos casos, inhumanas— persistan lejos de la vista del consumidor final.

Infancias atrapadas entre hilos

Uno de los rostros más crueles de esta realidad es el trabajo infantil. Según datos de UNICEF, más de 160 millones de niños trabajan en el mundo, y cerca de 79 millones lo hacen en entornos peligrosos. En países como Bangladés, se estima que casi 1.8 millones de menores trabajan, muchos de ellos en talleres textiles clandestinos, cosiendo prendas sin acceso a educación ni condiciones mínimas de seguridad.

Como explica Tusell, el uso de mano de obra infantil resulta rentable para algunas empresas: el salario de un niño representa apenas un tercio del de un adulto que realiza la misma tarea. Esta dinámica perpetúa la pobreza y frena el desarrollo de comunidades enteras.

El daño ambiental de la moda rápida

La industria textil no solo vulnera derechos humanos, también es una de las más contaminantes del planeta. En 2015, sus emisiones de gases de efecto invernadero alcanzaron los 1,200 millones de toneladas, superando a todos los vuelos internacionales y al transporte marítimo juntos. Además, el uso de agua, tintes tóxicos y residuos textiles hacen de este sector uno de los más dañinos para los ecosistemas.

El auge de la moda rápida ha duplicado la producción de prendas desde el año 2000. La cultura del “usar y tirar”, promovida por influencers, redes sociales y fenómenos como los hauls y unboxings, alimenta un ciclo insostenible que desvincula el acto de comprar de cualquier responsabilidad ética o ambiental.

¿Puede regularse esta industria?

Algunas medidas están comenzando a aparecer. Estados Unidos, por ejemplo, estudia eliminar la exención arancelaria conocida como de minimis, que permite a plataformas como Shein evitar tarifas aduaneras. Aunque esta acción podría tener un impacto económico relevante, expertos como Carles Méndez (UOC) advierten que no basta con regulaciones fiscales: también se necesita fomentar la conciencia y la exigencia ética por parte de los consumidores y empresarios.

Hacia un consumo consciente y un modelo ético

Como líderes de pequeñas y medianas empresas, tenemos un rol clave en el impulso de prácticas responsables. Esto va desde elegir proveedores certificados hasta promover una cultura interna de ética empresarial. Existen certificaciones como GOTS, FairTrade, OEKO-TEX o Bluesign que avalan procesos respetuosos con el ambiente y las personas. También es fundamental comunicar de forma transparente a nuestros clientes sobre cómo y quién fabrica lo que vendemos.

Más allá de la responsabilidad individual, se necesita una transformación sistémica que involucre a gobiernos, empresas y ciudadanía. Apostar por modelos circulares, garantizar condiciones laborales justas y educar a las nuevas generaciones sobre el impacto de sus decisiones de consumo son pasos imprescindibles.

Conclusión: construir una industria desde la ética

El desarrollo de industrias sostenibles y éticas no es solo un ideal: es una necesidad para la viabilidad a largo plazo de nuestras economías y para el bienestar global. Las pymes, por su capacidad de adaptarse y liderar desde lo local, pueden marcar la diferencia si asumen este reto con convicción.

No se trata de competir con las grandes plataformas en precio y velocidad, sino de construir confianza y valor a partir de la integridad. Porque cada prenda, cada producto y cada decisión empresarial es una oportunidad de hacer las cosas bien.

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