El país está triste por tener un asesinato político más en su historia; por ver a los políticos medrando con el asesinato y reclamando a quien, a su vez, pretende sacar provecho propio con esta muerte; por ver a un gobierno que confunde el acto de poder del Estado, con un simple y tardío llamado al diálogo; por ver cómo el juego electoral está por encima de la seguridad del Estado y de sus ciudadanos; por ver la mezquindad de los políticos al buscar culpables de sus actos colectivos; y, finalmente, México está triste por ver al Estado mexicano y a sus instituciones, vulnerados, por la gran incapacidad del gobierno para tomar las decisiones de Estado adecuadas para evitarlo.