En estos días, el mundo no despega su mirada de Europa. Esto es comprensible. Después de todo, la tormenta de la zona del euro proyecta una sombra que se extiende a toda la economía mundial.
Pero el FMI tiene 187 países miembros y mi tarea consiste en estar al servicio de todos y cada uno de ellos de la forma más eficaz posible. Por esta razón, me he propuesto específicamente visitar las diferentes regiones del mundo, para conversar, escuchar y aprender.
La semana que viene visitaré tres países importantes de América Latina ―Brasil, México y Perú―, en un viaje que coincidirá con el traspaso a México de la dirección del Grupo de los Veinte. En los últimos años, como muchos otros de la región, estos países han obtenido notables resultados. Han cosechado los frutos de tener fundamentos sólidos, marcos de política sensatos y políticas macroeconómicas prudentes, y ahora están gozando de un crecimiento sostenido con menor grado de vulnerabilidad: su óptima situación resulta envidiable.
Pero las cosas no siempre fueron así. En los viejos tiempos, un trastorno de la escala de la crisis financiera mundial de 2008–09 habría desencadenado fuertes convulsiones. América Latina solía ser una de las regiones más expuestas y vulnerables. Ahora ya no. De hecho, la nueva América Latina puede impartir algunas lecciones a los países avanzados, como ahorrar para los tiempos difíciles y garantizar el control de los riesgos del sistema bancario.
La región no es inmune
Por supuesto, América Latina no es inmune a ninguna de las tormentas que vienen de Europa. Nadie lo es. En un mundo interconectado, sencillamente no hay un lugar donde escapar. De ahí que los países de la región deban tomar todas las precauciones necesarias y hacer todos los preparativos necesarios.
Deben seguir recomponiendo los mecanismos de amortiguación, entre otras cosas manteniendo políticas fiscales prudentes, lo que generaría un margen de maniobra en caso de que la situación económica se deteriorara. Pero la consolidación fiscal no debería producirse a expensas de los necesarios programas sociales o la inversión productiva en educación o infraestructura. Mejor explorar la posibilidad de obtener más ingresos, en los casos en que la recaudación impositiva es baja, o hacer el gasto más definido y eficiente.
Por su parte, el FMI está preparado para prestar apoyo y asistencia a los países con una gestión macroeconómica sólida que, como espectadores, puedan verse afectados por la crisis mundial.
De cara al futuro, el reto consiste en que la región sostenga el crecimiento en un entorno muy volátil. México deberá seguir muy de cerca la situación en Estados Unidos y Europa y aplicar reformas estructurales para dar rienda suelta a su potencial de crecimiento. Brasil afronta el reto fundamental de aumentar su ahorro interno para alcanzar un crecimiento más elevado y sostenido. Por su parte, Perú se beneficiaría de reformas continuas encaminadas a lograr un crecimiento más inclusivo y, al mismo tiempo, preservar la estabilidad macroeconómica que ha logrado con tanto esfuerzo.
Avance en materia social
No obstante, el crecimiento por sí mismo es solo el primer paso. En general, la región necesita un crecimiento con mayor inclusión social, lo que significa que se requieren esfuerzos para construir sociedades más justas cuyos cimientos sean la igualdad de oportunidades y la justicia social. A través de la historia, la desigualdad ha sido un problema persistente para América Latina. No solo impidió que importantes franjas de la población disfrutaran de las ventajas derivadas del crecimiento, sino que también contribuyó a la inestabilidad social y política, lo que a su vez perjudicó las perspectivas económicas.
En efecto, investigaciones recientes del FMI han demostrado que las sociedades más igualitarias están vinculadas no solo a una mayor estabilidad económica, sino también a un crecimiento más sostenible en el tiempo. Por esa razón, el crecimiento y la inclusión social son en realidad dos caras de la misma moneda.
Podemos observar cómo este fenómeno se desarrolla en tiempo real en América Latina. Uno de los factores que están detrás del reciente avance económico de la región es su avance social. En la década pasada más o menos, los indicadores de pobreza, desigualdad y desarrollo humano han mejorado espectacularmente en países como Brasil y Perú. Los programas Bolsa Família de Brasil y Oportunidades de México han gozado de particular éxito al romper la cadena de transmisión de la pobreza de una generación a otra, a tal punto que hoy en día son modelos para el resto del mundo.
La próxima generación
Una observación final: a medida que la economía mundial se transforma, el ascenso de América Latina resulta indudable. Y los tres países que visitaré encarnan ―cada uno a su manera― la próxima generación del liderazgo económico mundial.
Actualmente, México y Brasil son grandes motores de la economía mundial. México está por ponerse al timón del Grupo de los Veinte y, por lo tanto, se encuentra en una posición excepcional para dar forma a nuestro destino económico colectivo a lo largo del año próximo. Brasil es uno de los principales mercados emergentes del mundo y está profundamente integrado a la economía mundial. Desempeñará un papel protagónico en el debate económico mundial y contribuirá decisivamente a movilizar la cooperación mundial necesaria para abordar los retos urgentes del momento. Por su parte, Perú es una estrella naciente y en ascenso, que sin duda forma parte de la nueva ola de mercados emergentes líderes.
Considero que, actualmente, América Latina tiene cimientos sólidos, y puede mirar hacia adelante a la prosperidad y estabilidad duraderas que pueden elevar el nivel de vida de todos.
Celebremos una asociación nueva entre el FMI y una nueva América Latina.
Christine Lagarde
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