Las empresas B son consideradas como las empresas del siglo XXI, puesto que a
diferencia del emprendimiento tradicional, éstas son enfocadas en generar beneficios
amplios, contando con una certificación que garantice estos estándares.
Estas empresas son parte de un movimiento global que se distingue por solucionar
problemas sociales y ambientales desde los productos o servicios que comercializan, esto
considera también las prácticas laborales, ambientales, con las comunidades y con los
distintos grupos de interés. Pero también son parte de un proceso de certificación en
donde todas las dimensiones de la empresa son sometidas a un análisis, además de que
se realizan modificaciones desde el punto de vista legal para que su misión y propósito
empresarial estén alineados y sea posible conjuntar los intereses públicos y privados.
Una de las mayores ventajas competitivas de estas empresas es que no renuncian a ser
eficientes ni a generar utilidades y a la vez tienen como objetivo primario el bien común.
De ahí el lema de esta certificación que enuncia que “las empresas sociales no compiten
por ser las mejores del mundo, sino por ser mejores para el mundo”.
El tema de las certificaciones y distintivos ha estado en polémica porque pueden ser
percibidos únicamente como algo que las empresas buscan conseguir para mostrar su
mejor faceta, alinear a ella su estrategia de comunicación y por lo tanto, elevar la calidad y
afinidad percibida por sus públicos de interés.
Más allá de quienes lo hacen por lo antes descrito, son estrategias que llaman la atención
de las empresas en su búsqueda constante por diferenciadores y por qué no, también de
mejoras que contribuyan al bien común.
Cuando estos esfuerzos se hacen de manera genuina, por lo regular comienzan por
personas específicas dentro de la organización que tienen interés hacia temas sociales y
ambientales; además de que comienzan por pequeños cambios que poco a poco van
tocando distintas áreas y niveles.
El reto para las empresas sin importar su tamaño, será identificar a esas personas o saber
cómo atraerlas hacia la organización y una vez que ya sean parte de ella, saber cómo
canalizar esos deseos de hacer mejor las cosas, en esfuerzos ordenados y profesionales,
que quepan dentro de los manuales de la organización o los reinventen.
Además de los ya mencionados, ¿cuáles serían los beneficios de que una empresa
cuente con este tipo de certificaciones? Mejor imagen hacia inversionistas y clientes
potenciales, ahorros en el mediano y largo plazo, posicionamiento, atracción de talento
clave, mejora continua, adhesión a un movimiento (local o global) que los grupos de
interés reconocen y con el que se identifican, cambios en la esencia de la filosofía de la
empresa y por supuesto, mejoras sociales y ambientales.
Lo interesante y realmente valioso de esta certificación o cualquier otra, es vivir toda esa
nueva forma de pensar en el día a día y en todos los colaboradores, es decir, que la
cultura organizacional de la institución (reitero, sin importar su tamaño), tenga como
fundamento buscar ser mejores para la sociedad, para el ambiente, para el entorno. Esto
en sí ya es una fórmula del éxito. Tal vez no sea una tarea fácil pero sí es una tarea
apasionante y en la que todos ganan.
Carmen Carranza Pineda
Académica de la Facultad de Responsabilidad Social de la Universidad Anáhuac México
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